Ste U Igri

El pibe era hijo de un taxista. Desde chico escuchaba las historias fabulosas de lo que podía suceder dentro de un taxi en la noche de Buenos Aires. Con  dieciocho recién cumplidos sacó el registro y el primer fin de semana que sus viejos se fueron de viaje, aprovechó y se llevó el taxi sin permiso. La idea era ir a algún boliche en auto  y no a pata, como siempre. Quizá alguna minita le diera bola. Rumbeó por Libertador. Haberse llevado el auto era un asunto de cuidado, prefirió dejarlo en  un estacionamiento. Dejó la llave y le dieron un ticket. Cruzó la avenida y observó a los que esperaban para entrar: bichos raros, decididamente no eran de su onda; así que volvió a cruzar y pidió el auto por la patente. Le exigieron el ticket. Buscó en los bolsillos y la billetera. Y no lo encontró. 

—Bueno, entré hace cinco minutos. Te tenés que acordar, es un taxi.

 Le dijeron que debía pagar la estadía, como si se hubiera quedado toda la noche.

— Son las reglas. Buscás el ticket o pagás. O el auto de acá no sale.  

 Los hijos de puta no entraban en razones, los insultó, uno lo empujó y al minuto estaba a las piñas contra dos. Cobró feo. Le decían que de ahí nadie se va sin pagar, él decía que ellos querían estafarlo. Los gambeteó y corrió zigzagueando entre los autos estacionados hasta el suyo. Gracias a dios, la llave estaba puesta, lo encendió y salió por la entrada, de contramano. 

 En un esfuerzo por serenarse paró en una estación de servicio, fue al baño, se acomodó la ropa, se limpió los magullones y se tomó una gaseosa. Se quedó hasta que los resoplidos acelerados fueron una respiración normal.  Siguió por Libertador para el centro. Descartada la noche de boliche, se le ocurrió prender el cartelito LIBRE. A las tres cuadras lo paró una pareja en la puerta de un restorán, le pidieron ir a Cerrito y Santa Fé, acá nomás, eran de Rosario y estaban en un hotel. Facilísimo. Siguió yirando por calles vacías. Siempre le decía al viejo que los que formaban caravanas de taxis por las avenidas eran unos fracasados. Era difícil esquivar los pozos y mirar a los transeúntes al mismo tiempo. Volvió a las calles transitadas. En la vereda del Sheraton, salió corriendo de la oscuridad una chica flaquita y sin abrigo que le hizo señas. Se subió y le gritó que arrancara rápido.

 —¡Rápido! Me siguen. ¡Vamos, vamos!  A cualquier lado. 

¡Una loca!. Me viene a tocar una loca, pensó y mirando por el retrovisor no la vio tan jovencita como había creído. Tendría unos veinticinco, los ojos dilatados por el miedo no le restaban belleza. La chica se recogió el pelo en un rodete  y  se agregó ropa que sacó de su bolso. 

—¿Adónde te llevo? 

—A cualquier lado que conozcas, pero manejá rápido.¡ Tenemos que perder a los del BM que nos siguen a una cuadra! 

¡Mierda, y yo que quería ser cuidadoso con el auto! La llevó al Unicenter porque conocía bien el camino y por Panamericana podía manejar a velocidad. 

—¡Al cine! — ordenó la chica, que tenía un  acento extraño. 

—¿Y quién va a pagar todo esto?

 Ella sacó un atado de dólares y se los puso en el bolsillo. Era más que suficiente. En cuanto empezó la película lo hizo levantar y salir. Había que volver, cruzaron por debajo del puente de Panamericana, ahora con ella adelante, a su lado y los carteles del taxi apagados. La chica no dejaba de mirar para atrás por los espejos. Vio uno de los  telos que hay en la colectora y lo hizo entrar. El pibe no sabía si estaba soñando y, en ese caso, si era un sueño hecho realidad o una pesadilla. Le preguntó el nombre: “Mirka”. Ella no preguntó, él  igual le dijo que el suyo era Javier.

Pidieron una habitación común. Él nunca había estado en un lugar así. Mirka le dijo:

—Qué miras, son iguales en todos lados. Una mierda, los ceniceros están pegados a las mesas—  y encendió un raro cigarrito —Necesito dormir— y sacó de su bolso un frasco  de pastillas. Se puso tres en la boca y las tragó con agua del lavatorio que recogió ahuecando la mano. Le puso el porro en la boca. 

—Relajémonos un rato, las pastillas tardan en traer el sueño. Ahora divirtámonos—. Y lentamente lo desvistió. Cuando vio su cuerpo lampiño se sorprendió y habló en una lengua extranjera. 

—¡No sos como los hombres de mi tierra! Pareces niño—, tradujo. Lo acostó y le hizo el amor, con delicadeza, como le hubiera gustado que se lo hicieran la primera vez a ella, cuando tenía trece.  No como había sucedido:con brutalidad, en la escalera de una casa bombardeada, con una ametralladora apuntando a su cabeza. Para cuando le tocó el turno al tercer soldado ya se había desmayado. Siempre que tenía sexo, le venía el recuerdo del espanto.  

Javier quiso saber quién era, quienes la seguían y por qué, si era verdad o era una broma. De a poco las pastillas iban haciendo efecto, con los ojos entornados, dijo:—Soy Mirka y no te conviene saber nada más. De donde yo vengo, las bromas no existen. Duerme.

  No podía dormirse ¡Había pasado tanto en tan poco tiempo!. La osadía de llevarse el taxi, la pelea en el estacionamiento, el escape. Mirka que salió de la nada, que lo obligó a correr, a entrar y salir del cine y ahora estaba en un telo con ella. ¿Qué hora será?¡Tengo que volver!. Se movió para buscar el  celular y un segundo después tenía a la chica sobre él, ahorcándolo con el doblez del codo. 

—¡Ah! Sos vos. Perdóname. Duerme y quédate quieto.

¡Ah, bueno! Ahora sí que me quedo tranquilo, loca y encima experta en lucha, ¡casi me mata porque me moví! ¡¿Cómo voy a dormir?! ¡Cómo voy a dormir!, tengo que irme y volver con el auto a salvo a casa. Si no, mis hermanos van a buchonear. Aunque…estoy palmado, podría dormir un ratito y me voy sin que se despierte! ¡Yo me las tomo y la dejo acá!

Esperó a que la respiración de ella fuera regular y pausada y se levantó en cámara lenta. Fue al baño y vio las pastillas que Mirka había dejado enel borde del lavatorio. Me tomo una a ver si puedo tranquilizarme. Volvió a la cama y se acostó con mucha suavidad para no despertarla. Enseguida un terciopelo negro descendió sobre él y durmió sin sueños ni recuerdos.

Despertó con dificultad, incómodo y dolorido, boca abajo, con la cara incrustada en la almohada. Entre los cortinados anaranjados entraba luz ¡Mierda, ya es de día! Y fue recordando lo de la noche anterior. Dio media vuelta y vio a la chica durmiendo también boca abajo: 

—¡Mirka, Mirka!. 

Mirka ni se movió. A Javier le ardía en centro de la espalda.  Mejor no la despierto, a ver si cobro otra vez; me ducho y cuando vuelva despejado, veo. No se que me da, dejarla acá. 

Se bañó con rapidez, con agua fría para acallar las punzadas de la espalda y con una toalla en la cintura, volvió al cuarto. Por lo menos le aviso que me voy.

—¡Mirka! ¡Mirka! ¡Mirka!— Le tocó un hombro helado. Por las dudas se despertara a los golpes, sostuvo las muñecas de la chica contra el colchón.  Sintió que sus puños se hundían en algo húmedo y frío. Las sábanas negras estaban empapadas de sangre. Javier, retrocedió de un salto, se miró con incredulidad los nudillos de los dedos con cóagulos y corrió al baño para vomitar. Casi no llega. Debe, ¡tiene!  que ser una alucinación por la pastilla de anoche.  Prendió todas las luces de la habitación. Cagado de miedo giró a la chica y vio su cara destrozada, por donde había salido la bala. La volvió con cuidado boca abajo para no verla. No puede ser. No puede ser,  no es real. Si me acuesto, cuando me despierte va a estar todo normal, estas cosas pasan en las películas nomás. No pasan. Es una joda. El pelo de MIrka se había corrido al moverla  y vió el círculo del balazo en la nuca, debajo de donde empieza el pelo. ¿Cómo no lo había escuchado?¿con silenciador, como en las series de espías? ¡Y ahora yo  la toqué y están mis huellas por todos lados! Yo me rajo. 

        Se vistió lo más rápido que pudo, la camisa le raspaba la espalda.Tomó la tarjeta que abría la puerta y salió al pasillo. ¡Qué suerte el ascensor está acá al lado!. Casi no podía caminar. Bajó, llegó hasta el taxi que estaba en la playa de estacionamiento, donde lo había dejado y salió al sol enceguecedor de la Panamericana. 

         Era domingo y el tránsito iba en contra. Llegó enseguida. Cuando cerró la puerta de su casa se sintió a salvo. Si no digo nada, nadie se va a enterar. Seguro que me drogué solo como un boludo. Mirka va a estar bien. ¡Tiene que estar bien! Y,¿si está muerta en serio? ¿Cómo me van a encontrar? Si no digo nada, nadie se va a enterar. Nadie se va a enterar. Fue un alivio acostarse en su cama, con sus sábanas, con su propio olor. Un rato después oyó ruidos familiares. Se puso una remera limpia y bajó. Eran sus hermanos, Franco tomaba un café y Daniela, un yogur.

—Qué hacés pendejo, ¿dormiste bien?. 

—Sí.— ¡No les voy a decir nada! ¡No les voy a decir nada!

Terminate mi café, yo ya me voy— le dijo Franco dándole una palmada en la espalda. 

—¡Ay!.-— Saltó de dolor.

—¿Qué tenés en la espalda, enano?.— Su hermana todavía lo trataba como cuando era un chico—A ver qué te pasó— le levantó la remera. —¿Te hiciste un tatuaje, péndex?¡Estás todo colorado! ¿Qué mierda dice?

—A ver, a ver. ¿Qué te hiciste, guacho? No querías decir nada, ¿eh?— Franco volvió a la cocina. —¡Esto no es un tatuaje, boludo, te marcaron como a las vacas!. ¡Estás quemado, con razón te duele tanto!


Las aletas del espejo del botiquín le mostraron una extraña  combinación de letras:

“ Ste  U  igri”. 

*  (croata) :Estás en el juego. 

Comentarios

Uy, tremendo, me tuvo en vilo y nerviosa, muy bueno
Daktari dijo…
Gracias Patricia. Por ahí se convierte en novela, si me agarra la inspiració un beso