Al final de un camino recto
Por Felix Meiller
Cuando salió del poblado, y encaró la ruta, se topó con una larga lengua plateada que se hundía por allá lejos y que el habría de recorrer, con el anhelo de llegar… ¿Llegar adonde? Se preguntó mientras se acomodaba en la butaca del auto, y miraba los brillos que el sol le sacaba a las piedras al costado del camino. Era el mediodía del verano más caluroso de la historia, el brillo era demoledor por lo que antes de subir al asfalto, reguló el aire acondicionado, se colocó los lentes para sol, probó el motor de su vehículo dándole un par de aceleradas. Se puso los guantes de conducir, tomó el volante se estiró un poco y satisfecho con la prueba colocó la palanca de cambios en posición, apretó el acelerador, el coche comenzó a tomar velocidad, lo hizo lentamente al principio como para disfrutar del poder que emanaba de su pie derecho.
Ya en movimiento y todavía
despacio, acomodó el asiento para adaptarse mejor al manejo, y siguió
acelerando, cuando superó los cien kilómetros por hora, conectó el control de
crucero, suspiró, y se concentró en la larga cinta que lo llevaba en línea
recta, sin encrucijadas ni giros, lo que hacía del viaje un proceso rutinario y
sin matices, ello le obligaba a reforzar su concentración, so pena de que su
mente comience a divagar, o que el traicionero sueño le venga a enturbiar la
mirada.
Cada 20 kilómetros a los
costados de la ruta, había distribuidos descansos, donde es posible tomar algo
de agua, estirar las piernas y prestar atención a los automóviles siniestrados
colocados sobre altos postes con advertencias para que los automovilistas no
pierdan la concentración, y no convertirse en ejemplos de lo que no debe
hacerse.
Antes de llegar a la primera
zona de descanso, la que usaría como referencia, ya que no pensaba detenerse,
se empezó a sentir aburrido. Contribuían el largo camino, del calor que hacía,
a pesar de contar con un adecuado sistema de refrigeración. Casi
automáticamente colocó el pie derecho sobre el acelerador y le agregó velocidad.
Pensaba que cuanto más pronto termine el camino, antes se liberaría de la
monotonía y la soledad.
La aguja del velocímetro se
inclinaba cada vez más y pronto le marcó que había superado los 140 kilómetros
por hora, pero siguió apoyando el pie empujando el acelerador. El motor comenzó
a emitir un poco más de ruido. Por ello puso en funcionamiento la radio y
sintonizó uno de tantos podcasts que tenía bajado en su celular, mientras el
velocímetro seguía mostrando que el auto iba cada vez más ligero.
Cuando llegó a los 180, sintió
que la adrenalina le subía al cuerpo y aceleró más y más, por lo que pronto el
vehículo pasó cómodo los 200 y la velocidad seguía en aumento.
Mientras en el habitáculo todo parecía normal algunas
cosas que no se veían desde dentro comenzaron a dar señales de que no estaban
preparadas para andar con semejante apuro. Los neumáticos por caso, aumentaron
de volumen por el efecto del calor que iban acumulando al ir a tanta velocidad.
La computadora de abordo le mandó una señal al tablero, se encendió una luz,
pero el conductor no la registró y continuó su marcha casi al límite de lo
posible.
Vio al costado de la ruta unos carteles que no eran las
habituales señalizaciones, los que por la rapidez a la que venía no pudo leer
en su totalidad. El hecho es que advertían de unas obras que se estaban
realizando sobre la ruta apenas unos pocos kilómetros más adelante.
La ruta estaba en tan buen estado que se permitió
relajarse, aflojó la tensión y comenzó a disfrutar de la velocidad, de los
ruidos de las ruedas sobre la carpeta asfáltica, la claridad del cielo en un
día sin nubes el paisaje, algo anodino compuesto de bajos arbustos, de ramas
casi desnudas, mechadas por pequeñas hojas verdes sobrevivientes del calor, lo
que permitía que los arbustos, continuasen con su ciclo vital. La música
inundaba el interior del vehículo y acompañaba sus compases con un pulgar sobre
el volante que empuñaba
Absorto que estaba en esa
contemplación, que, al subir a una pequeña elevación natural, notó que más adelante
había mucho movimiento. Levantó el pie del acelerador la velocidad disminuyó
algo, pero no lo suficiente. Un pequeño desnivel en el camino multiplicado por
la velocidad del vehículo, hizo que sus ruedas se despeguen del asfalto, nada
hubiese ocurrido si tan solo hubiese tomado el volante con ambas manos, pero el
imprevisto hizo que toque apenas los frenos, cuando el auto volvió a tomar
contacto con el asfalto, las ruedas frenadas torcieron levemente el rumbo y
volvieron a saltar. Cuando se posaron nuevamente sobre el piso, el auto
despegó, volvió a caer, sin que el piloto pudiese tomar el control, por lo que
tras el siguiente tumbo el coche se puso de costado, pero la inercia lo siguió
llevando hacia adelante y comenzó a dar bandazos, de frente y de costado, el
vehículo con cada golpe perdía una nueva parte, desesperado, sin saber que hacer,
pateo el freno ya inútil, se aferró al volante y profirió un grito desgarrador
sabiendo que al cabo de los tumbos, le esperaba la muerte segura…
Alfredo… Alfredo… escuchó la
voz de su mujer María que lo llamaba, de pronto abrió los ojos y se encontró con
el rostro de ella a centímetros del suyo, mientras era zamarreado para que
despierte del sueño y de su horrible pesadilla. Cuando mas o menos recobró la
conciencia, se refregó los ojos, miró azorado, mientras María le preguntaba
¿Qué te pasa? Alfredo sonrió aliviado se apoyó sobre la almohada al tiempo que
le explicaba a María, lo que había estado soñando.
Miró el reloj, sus manecillas
rectas le indicaron que eran las seis de la mañana, se levantó fue al baño,
alivió la presión líquida acumulada durante la noche y comenzó a trazar los
planes para el viaje por la ruta el mismo que él había soñado antes.
Pocas horas después comenzó a viajar efectivamente, anduvo a una velocidad prudente, a lo largo de todo el trayecto y pudo comprobar que en el punto donde se accidentó en pesadillas, había un automóvil igual al suyo, destrozado a un costado de la ruta. Un móvil policial estaba a un lado y dos policías hacían señas para que todos bajen la velocidad.
Cuando Alfredo estuvo a la par
del agente, preguntó que había pasado y le dijeron que un loco que venía a más
de doscientos kilómetros a la hora había volcado y había fallecido en el acto.

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